EL INFIERNO DE DIOS
Volvemos a reencontrarnos, una vez más, a estas alturas del año, habiendo dejado atrás, una etapa turbulenta y aciaga y dar paso a los meses del largo y caluroso verano que, nos predicen será fuerte y tórrido, pero como cada año, a su finalización nos veremos recompensados con nuestras fiestas septembrinas y algo más alejado en el tiempo, la Navidad y vuelta a empezar.
Hay quien se hace la ilusión de crear Historia, no sospechando que la verdadera Historia se construye, la mayoría de las veces, desde el anonimato, superando la tentación de la monotonía, realizando a la perfección las pequeñas cosas de cada día, en fidelidad a la tarea encomendada. Es así. Los grandes golpes de afecto, los personajes a quienes apuntan los reflectores, suelen elevarse como la espuma por breves momentos, o mientras dura la coyuntura favorable. Luego también, como la espuma, se disuelven sin dejar rastro.
Poco a poco, están volviendo las aguas a su cauce normal, aunque todavía quedan rescoldos y Abarán siga dividido en dos partes bien diferenciadas y no le veo yo a esto visos de solución porque una minoría maneja los hilos de la discordia entre nosotros mismos haciéndonos daño mutuamente.
Una vez más, llega hasta mi memoria los años de infancia, en que mi maestro Don Jesús –Currito-, nos había prometido realizar una excursión a La Cueva de San Benito, en La Sierra del Oro, el año que febrero tuviera 29 días, con los alumnos del colegio San Pablo. Tuvimos que esperar por tanto que llegara 1964 para ver cumplida su promesa, pudiendo contemplar una maravilla más de La Naturaleza, la enorme gruta que se nos presentaba a nuestros ojos. La cueva se había formado milagrosamente, porque hubo un corrimiento de tierra y dos enormes rocas habían aprisionado a una tercera, con tanta fuerza, que entre las tres hicieron posible que sirviera de refugio a pastores, cazadores y leñadores cuando les sorprendían las tormentas y aguaceros para todo el rebaño de ovejas y cabras hasta que escampaba. Nos hizo una comparación de que las dos rocas de abajo eran como nuestros padres y la de arriba éramos nosotros y que juntos habíamos formado una familia fuertemente unida.
Al bajar al llano, nos agruparon entremezclándonos a los del San Pablo con los de “aguallá” Preguntaron si queríamos jugar un partido del que no hubiera ganadores ni vencidos porque “los casoneros” estábamos revueltos con los “señoritos del pueblo” y nos extrañó que nos hicieran esa pregunta porque se trataba de un gran bancal tan pedregoso, que era poco más que imposible jugar un partido sin rompernos la crisma…Nuestros “profes” vaticinaron que en tan solo 1 minuto el campo estaría en condiciones y apto para darle chutes al balón. Eso nos extraño todavía aun más porque eran tantas las piedras, que no lo teníamos nada claro.
Nos ordenaron ponernos en filas e hileras, de tal manera, que la punta de nuestros dedos tocasen el hombro del compañero y la mano del de al lado. Al toque del pito, nos pidieron que en solo 60 segundos, agacharnos y cogiéramos todas las piedras que fueran más grandes que una canica y al siguiente toque del pito, todas las piedras las dejáramos caer en un lugar apartado. Quedamos perplejos al ver en el poquísimo tiempo que habíamos conseguido tener un singular campo de fútbol improvisado y a la vez emocionados cuando en el montículo de las piedrecillas clavaron los banderines de los dos colegios, como recuerdo del vínculo que acababa de nacer entre “casoneros y señoritos”. Meses más tarde tuve la oportunidad de volver a pasar por aquel mítico lugar y aun pude ver hondeando al aire las banderas de nuestros colegios.
Me he dedicado estas últimas semanas a sondear la opinión de las personas que conozco, que temor tienen al castigo divino una vez llegada la hora de nuestra muerte, tengamos que rendir cuentas de lo bueno y malo que hayamos hecho y he aquí lo que me han dicho en el 99% de los entrevistados: “Ángel, tanto El Infierno como La Gloria, están aquí en La Tierra, ningún padre que se precie de serlo arrojaría a ninguno de sus hijos al fuego eterno, dándonos siempre la oportunidad del arrepentimiento y por consiguiente, su perdón”.
Puestas así las cosas, ya está bien de sentirnos amenazados por un Dios que es de todo, menos inquisidor, cruel, vengativo, despiadado y rencoroso toda la eternidad. Propongo por tanto, cerrar el Infierno por decreto y aquí Paz y arriba Gloria.
En la parroquia de San Juan Bautista, estuve en una misa funeral y como no era momento para andar con la cámara de vídeo en danza, pude observar de cómo el Cristo Crucificado en la cruz que preside el retablo del altar mayor está flanqueado por la escultura a tamaño natural de San Juan con su dedo señalando donde está el Cristo que nos pide sigamos, con tan mala fortuna que donde apunta ese dedo es hacia una pared de ladrillos y con tan solo un leve giro a la derecha, la cosa tendría un significado más acertado. Pero no soy yo precisamente quien tiene el poder para girar al santo, siendo una vez más el pueblo que nunca se equivoca que tome cartas en el asunto y hagamos las cosas bien de una vez por siempre. Y no solo debemos girar ese santo de la iglesia si no los miles que tenemos en los panteones donde reposan nuestros queridos difuntos con las Vírgenes del Carmen dándoles la espalda para que cuando se acerca algún curioso vea lo bien colocadas que tenemos las flores y los Corazones de Jesús…y sobre todo, nunca olviden como yo las lecciones de mi querido maestro D. Jesús “El Currito” y agrúpense, mézclense, quiéranse todos los que conformamos este bonito pueblo de Abarán. ¿Imaginan el color tan precioso que resultaría del azul, rojo y verde? O sea, PP, PSOE, IU.
Ya lo saben, giren flores y santos de sus panteones hacia los difuntos, que para ellos son, desfilen en las procesiones entremezclados los rojos, los azules y los verdes, compren en todos los comercios del pueblo aunque sean del PP, PSOE o IU y sean buenos siempre, no por la amenaza del Infierno de Dios si no por no hacernos daño mutuamente sin darnos cuenta en El Cielo de La Tierra.
Hasta el mes que viene si Dios y ustedes quieren, les espero.
Ángel López Miñano
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