LA CUESTA DE SAN JOSÉ
Hoy ha amanecido gris, el horizonte lo tengo limitado por una densa niebla brumosa, que solo me permite adivinar, que hay detrás de esa barrera y que la Naturaleza se ha empeñado en ocultar. Yo hoy necesitaba la luz sin tamizar del sol, escuchar los trinos de la multitud de pájaros que utilizan el pino que tengo más cerca de mi casa a modo de atalaya, en medio de este enclave que elegí para vivir, lejos del mundanal ruido, donde a veces, si no fuera por el silbato de una locomotora que pasa apresurada en dirección este-oeste o viceversa y atrona por unos segundos esta paz que tanto necesito, podría pensarse que el mundo se ha parado y yo aquí, rodeado de una soledad consentida y aceptada.
Atrás, han quedado los ecos de una Navidad que cada cual ha celebrado a su gusto y manera, todo regido por su disponibilidad económica, sin que nadie tenga que aconsejarnos que comer para ahorrar, que sitios visitar para enriquecer nuestro espíritu, que gentes saludar para desearles todo el bien que para nosotros quisiéramos, que beber para evadir siquiera por unos momentos lo que nos oprime y angustia, que hacer en los ratos de ocio que el rojo del calendario nos recuerda que estamos libres del trabajo de cada día laboral, etc. Pero la noche mágica del 6 de enero pone fin al misterio de la Navidad y casi sin darnos cuenta, nos hemos adentrado en la larga cuesta de San José, las miles de lucecitas centelleantes multicolor, que durante días han sido el reclamo de los comercios que nos ofrecían sus productos para hacernos la vida más agradable, ahora comprobamos, con ojos atónitos que todo ha sido como un maravilloso sueño, que se ha esfumado súbitamente y la realidad de cada cual se ha hecho patente. Solo por el hecho de que el 6 de enero pasó, ya no brillan las lucecitas, ya nadie nos desea paz y felicidad, ya no vemos multitudes de personas que abarrotaban las calles, sin importarles el frío o la lluvia, ya no comemos manjares de lujo, ni bebemos para olvidar y la cruda realidad vuelve a ser como en las vísperas de este tiempo navideño cargado de nostalgia que tiene la virtud de hacernos un poco más solidarios con nuestros semejantes.
Ya he tenido mi primera pataleta en este recién nacido año nuevo, cuando una vez más, compruebo como las diferencias de clase social tienen mucha importancia, tanto para los medios de comunicación, como para el poder político y financiero. Ya casi nadie se acuerda del niño desaparecido en Gran Canaria, Yeremi Vargas, por el solo hecho de ser de “clase baja” y en cambio la también malograda Madeleine Mccann, no hay día que no se escuchen ecos de su desaparición en los medios de comunicación, que incluso hasta David Beckham nos muestra pancartas de su carita angelical, porque tuvo la suerte de nacer en una familia de la “clase media-alta” A los dos niñitos les deseo que puedan volver cuanto antes con sus padres biológicos y que el daño que se les ha hecho lo olviden pronto y crezcan sin el trauma que supone la separación de sus seres más queridos.
Todo esto me sirve a mí, para concienciarme que tan solo soy un granito de arena en medio de un desierto. No ha habido banqueros que me envíen una felicitación con motivo de la Navidad, ni me den el acostumbrado obsequio de fin de año, porque en sus listados no me encuentro como un “cliente rico” que engorda su caja de caudales. Ni siquiera tienen la deferencia de plantearse repartir los beneficios de empresa equitativamente, que están obligados a ello por una orden gubernamental, entre los que hacemos posible su enriquecimiento, para su desidia y falta de sentido común, fallándoles también como siempre, el factor humano. Pero este año no me lo he podido callar y he reclamado lo que es mío, no por su generosidad, si no porque me pertenece por decreto ley. No me vale que las “obras sociales” las hagan en charlas a las que no asisten ni 20 personas a escuchar a los oradores que las imparten, malgastando el dinero que nadie les agradecen.
Casi metidos de lleno en plena campaña electoral, tenemos cerca el 9 de marzo donde expresaremos con nuestro voto el sentir de un pueblo que ya está casi a vueltas de todo. Sabemos de qué pie cojea cada cual y para todos ellos llegará la hora de su premio o nuestro castigo, con nuestra decisión libremente tomada en las urnas. Yo estoy algo enfadado con mi Iglesia Católica, porque no alcancé a comprender y nadie me lo ha explicado, como han sido capaces de reconocer como mártires de La Guerra Civil Española , solo a los del bando que salió vencedor y no incluyeran ni tan siquiera a uno de los del bando perdedor, como si “los otros” no fueran mártires e inocentes que casualmente lucharon contra la sublevación a los que por la fuerza tomaron las riendas de España a salto de mata y el ordeno mando se impuso por mas de 40 años, no de las urnas y también allí, mi Iglesia paseó bajo palio en procesiones y fiestas de guardar, al representante de tan magna injusticia. No quiero oír sermones fuera de lugar, quiero que mi Iglesia se mantenga al margen de la vida política, que no le note yo ni por asomo que se inclina hacia un lado, porque se corre el riesgo que como a la vela de una llama, si el viento la sopla con mucha virulencia se puede apagar y ahogarse en su propio éxito. Para hablar con esta rudeza con que lo hago hoy, tal vez sea en parte influenciado por este día gris, por Yeremi Vargas, por las cajas de ahorros, por la cuesta de San José o porque he tenido la oportunidad de visionar algunas películas que me han crispado el ánimo como han sido: Las 13 rosas, Libertarias, La mala educación o El crimen del padre Amaro y que pese a ello recomiendo su visionado porque al menos me han servido para ver que se esconde debajo de esas lucecitas multicolor, centelleantes que nos vuelven la espalda, que ya no alegran las calles con la vivacidad de sus destellos, por el mero hecho de que ya no estemos en Navidad si no en la triste cuesta de San José…Hasta pronto, si ustedes y Dios así lo quiere.
Ángel López Miñano
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